domingo, 24 de mayo de 2009
La movida del sábado
Lo siento porque tenía previsto escribir sobre otra cosa, pero todavía estoy alucinando con la movida que se montó el sábado. No me lo puedo quitar de la cabeza. Y no puedo dejar de escribir sobre ello. ¡Es que estoy de una mala leche que no me tengo! Alex, la verdad, pensaba que a estas alturas de curso ya nos conocíamos un poquito. Pero te prometo que no entiendo cómo reaccionaste así. ¡La verdad es que no entiendo nada! Vamos a ver, ¿qué se supone que tengo que hacer si estamos en una discoteca y aparece Darío? ¿Salir corriendo por la puerta de atrás? Si yo estoy bailando tan feliz en la pista, él se presenta ahí y se pone a hacer el tonto conmigo, ¿qué quieres que haga? ¿Que le cruce la cara? Pues no es mi estilo. Si me pilla en plan rollo divertido, del palo que iba el sábado por la noche, pues me pongo a hacer el tonto como la que más. Pero, ¿no era evidente que allí no estaba pasando nada más? ¿Es que todavía no me conoces? Este tipo de cosas me pone de los nervios. ¿Qué tiene de malo que me pegue un baile con Darío? La verdad es que si llego a saber que te iba a ofender de esa manera, pues me lo hubiera ahorrado. Pero es que no veo el motivo por el que nadie tuviera que molestarse. No pasó nada, no hubo nada, sólo bailamos y nos echamos unas risas. Cuando tú te pones a bailar con algún tío, siempre te muestras super provocativa y nadie hace interpretaciones raras. Por eso te digo que la salida que tuviste el sábado, en plan indignada, no hay quien la entienda. Cuando te calmes y vuelvas a pensar con claridad, me llamas y lo hablamos. Pero, por favor, no me vuelvas a montar una escenita como esa.
domingo, 10 de mayo de 2009
Los bolsos y yo
Lo que me pasa a mí con los bolsos no tiene nombre. Nunca logro estar del todo satisfecha con el bolso que llevo. Por ejemplo, no hace demasiado tiempo me compré uno que me pareció estupendo. Era inmenso. Allí dentro podías meter todo lo que se te ocurriera y siempre quedaba espacio para más. En realidad, más que un bolso parecía un portaaviones. Al principio me encantaba, pero con el paso de los días le encontré dos terribles fallos. Uno era el peso. Peor que una maleta. Claro, iba echando trastos dentro como si tal cosa y al final, como diría Alex, pesaba más que el especial Navidad de la revista Elle. El segundo fallo era la amplitud. Sí, sí, en principio parecía fabuloso tener espacio para meter cualquier cosa. Pero, ¿y para localizarla? Por ejemplo, para encontrar las llaves de casa tenía que meter casi medio cuerpo dentro del bolso. La cuestión es que comencé por tomarle manía. Y, al final, en un ataque de rebeldía extrema decidí abandonarlo y comprar un bolso nuevo. Por supuesto, escarmentada por lo ocurrido, opté por un bolso mini. Parecía que le hubieran colgado un cordel al monedero de mi abuela. Era pequeño, sí. Diminuto. Tanto que ni siquiera me entraba la cartera si llevaba todas las tarjetas encima. A veces, para meter también el móvil, en lugar de la cartera optaba sólo por llevar dinero suelto. Billetes pequeños, por supuesto. No más de veinte euros. En fin, muy cómodo y transportable, pero nada práctico. En menos de una semana, harta de intentar meter las cosas a presión, acabé por odiarlo. Ahora me estoy planteando lanzarme a un modelo bolso-mochila muy mono al que tengo echado el ojo. Pero seguro que me vuelve a salir mal. Sí, soy muy inconstante con los bolsos. No logro que me duren nada. Necesitaría tener una colección como la de Alex. Aquello sí es una pasada. Parece un museo. Te encuentras desde lo más sofisticado de Milán hasta insólitas extravagancias de un mercadillo londinense. Aunque supongo que si tuviera tantos bolsos en casa, nunca sabría bien cuál llevar. Si es que esto de los bolsos es una tortura. ¡Qué horror! Aunque este que os digo que he visto está francamente bien…
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